viernes, 6 de noviembre de 2009
La coartada del color
La tragicómica historia de los negros falsos frente a los que pasan por blancos ha matizado tablas y adoquines cubanos a lo largo de muchas décadas y con el mismo encanto que sobre el teatro hizo reir, ha hecho llorar allende el ruedo teatral. Pero el pecado de la raza se esconde sigiloso debajo de más de cincuenta años de defoliación consciente del estigma del color y a pesar de todos los esfuerzos lo negro y lo blanco se sirven en el mismo buffet, para alimentar a todos por igual, aunque cada cual se refocila de acuerdo a su cultura o la pseudovision.
El cubano contemporáneo se desenvuelve en un tamiz policromo y multirracial en el que las clasificaciones de Fernando Ortiz, en cuanto a la cantidad y variedad de mulatos, que datan de principios de Siglo XX ya se han quedado cortas. Nuestro 3er descubridor había enumerado cerca de cien diferentes tipos de mestizos; pero el tiempo y la abolición de muchos prejuicios permitieron que esa cantidad se multiplicara al tiempo que las asperezas del encuentro étnico, viva en las penumbras del XIX y el XX, salieran a la luz sin ambages ni afeites después de 1959.
La coartada de color, marginalidad pigmentaria que durante años estigmatizó a grandes grupos de cubanos, ha trascendido de la piel a la mente. Ser negro o blanco es bueno para algunas cosas, pero malo para otras. Sin embargo, la discriminación de raza es una rara avis en Cuba y no hablamos de la abuela blanca inconforme con sus nietos mulatos, sino del plano oficial, del sistema para el que ser blanco, negro, mulato, chino o pardo (mestizo) significa lo mismo. La justa, en todo caso se mide a nivel intelectual, político y sociocultural. Cada cual según su capacidad.
Nuestra familia, como otra cualquiera, (y cuando digo nuestra aprovecho la polisemia del pronombre) es un abanico de colores. Abuelos españoles mezclados con criollos, filipinos con mulatos, árabes, chinos y franceses enlazados con africanos. En pocas palabras: cubanos. Los primos van desde los tonos más claros casi vikingos, hasta las pieles más oscuras. Todo tipo de cabellos, ojos, narices, labios, cráneos. La paradoja estriba en que los más oscuros pintan, cantan y escriben, mientras los mas blancos, delinquen. Y ahora hablo de mi familia, la pequeña, en la que los apellidos paternos se van perdiendo por el aumento de las primas hembras.
Donde comienza ese largo y estrecho camino llamado raza Agenor dio los primeros pasos frente al Mediterráneo. Desde entonces los trechos del Oriente y el Occidente se mezclaron y en Cuba cristalizó una nueva étnia, ni oscura ni clara, ni superior ni inferior, con las mismas limitaciones y aperturas: el criollo. Ajeno a todo tipo de discriminación, desigualdad y estigmatización.
El cubano se resiste al encuentro con ese desconocido mediático, color acero indefinido, que ofrece inseguridad y desequilibrio. El corcho sobre la piel se rechaza, lo que no es genuino no vale. Y lo bufo o vernáculo, cuando el blanco se convierte en negro mediante el maquillaje, se aplaude en el teatro pero se desprecia en la vida. Cada cual con el tinte que le corresponde, porque al fin y al cabo, el remedo de la pigmentación no afecta tanto a quienes reconocen el truco como a los que pretenden engañar la vista de todos.
Ser negro no es un estigma. No ser genuino sí lo es. Y para llamar las cosas por su nombre hablemos de la coartada del color. Agenor buscaba a Europa, que perdida entre la extensa porción del viejo continente la encontró mezclada, turbia, desfigurada, diferente. Cuba no es aquella antigua caja compartimentada donde los colores aparecen separados por tabiques y libros de defunción. Cuba es un país donde diversos colores comparten el mismo estrado, la misma trinchera, el mismo podio. El marginal en Cuba no esta precisamente en la periferia. Ese individuo que estuvo durante muchos siglos al margen de la sociedad por su condición de raza o credo hoy no es más que otro, entre muchos.
El automarginalismo contemporáneo esta dado en la isla por el apego a tendencias anticubanas que se apartan, automáticamente, del epicentro de la social. La Cuba que canta, investiga y baila sufre la escasez que la opulencia se encarga de agudizar. El empeño es dejarnos al margen, aun cuando la marginación morbosa incluya por igual a negros, blancos, chinos y mulatos, porque al final, unos y otros somos cubanos. La coartada apunta al color cubano.
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