Mentir no es un acto inconsciente ni ingenuo como lo hubiera sido para Pinocho.
Mentir representa una verdadera posición ideológica. Y ya sabemos que la ideología se compone de seis conciencias bien definidas: ética, estética, política, histórica, filosófica e histórica. Según nos enseño el extinto pero no ausente maestro Tajonera. Enhorabuena desde el punto de vista religioso o teológico el mentiroso por excelencia no es sino Satán, descendiente directo de Caín. Por lo menos aquí alcanzamos un poco de claridad sobre las tinieblas.
Detrás de la mentira se esconde la ira y detrás de la ira se perfila la negación.
La negación subjetiva a la verdad circundante y objetiva es consecuencia de la aberración espiritual e ideológica. Y entonces, sin mayores tropiezos, cuando de negar la realidad se trata, asoma su cabeza esnobista el espíritu cartesiano capaz de borrar de golpe y plumazo, todo aquello con lo que no me identifico, aquello que me disgusta o aquello que aborrezco por convicción o por dinero. Como diría el maestro Carpentier, pues a la altura del Siglo XX la plusvalía continua seduciendo a muchos de nosotros aunque para ello haya que vender, definitivamente, el alma al Señor del Terror.
Todos podemos mentir y si decidimos hacerlo también podemos pasar toda la vida interpretando la vida a nuestro antojo y presentando a los demás una visión velada, distorsionada y confusa, llena de ira, frustración y falsedad, inmovilizados por los demonios interiores que nos condenan y nos obligan a tergiversar la verdad objetiva que no se puede tapar con un dedo. Sera que no habrá peor astilla que la del mismo palo?